12 de març, 2012

Por el camino de Fazioli




Por Joan Anton Cararach


¿Por qué dedicar su vida a hacer pianos ante una competencia que lleva más de un siglo en el negocio y que tiene unas herramientas de publicidad y marketing consolidadas a fuego? La respuesta, para Paolo Fazioli, no puede dejar de ser más sencilla: "Porque yo, como pianista, no encontraba un piano cuyo sonido me gustara".

Fazioli, que el pasado 19 de octubre estuvo en Barcelona para hablarnos de sus pianos en su distribuidor barcelonés (Pianos Puig, proveedor del Fazioli gran cola que durante un mes fue el piano oficial del 43 Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona), nos recibe en su fábrica en Sacile, a unos 50 minutos en coche de Venecia. Trabajan en ella 42 personas, y producen 120 pianos al año, de los grandes cola F278 y F308 (con un cuarto pedal añadido) hasta el F183 (media cola) y el más pequeño de todos, el F156, pasando por los pianos especiales, frutos de encargos, como el Marco Polo, color rojo Ferrari (estamos en Italia y el encargo es chino…) y con un cuadro de Canaletto pintado artesanalmente en la tapa.


La aventura empezó en 1978, nos cuenta el ingeniero Fazioli, en un «angolino» de la fábrica de muebles de su familia, con seis personas. Desde entonces, desde la aparición del primer Fazioli (junio de 1980), la marca italiana, como un exquisito David de las 88 teclas, ha ido consiguiendo el reconocimiento que acaso más esperaba, el de los pianistas. Primero clásicos como Angela Hewitt y desde hace años el de un gigante del jazz como Herbie Hancock, que llegó a imponer la presencia de un Fazioli en la ceremonia de entrega de los premios Grammy, al lado del Steinway de Lang Lang.

«Quizá los pianistas de jazz valoran más nuestro trabajo», razona Fazioli. ¿Por qué? «Los clásicos están más preocupados y pendientes por tocar la partitura tal como está escrita, y en cambio, los pianistas de jazz dependen del momento, y el sonido de nuestro piano les suele inspirar». Fazioli argumenta, además, que sus pianos –artesanales 100%– crecen con el tiempo, al contrario que los productos fabricados en serie. Pianos Fazioli que, desde que llega la madera de la Val di Fiemme –la misma que usaba Antonio Stradivari para sus violines–, sufren una transformación que dura dos años hasta que salen de la fábrica, tras controles de calidad exhaustivos, entre ellos el del propio Paolo Fazioli, que, afirma, ha llegado a rechazar algún piano si –«a veces no se sabe por qué»– no reúne las características que él espera de sus instrumentos.

Desde hace tres años, además, la fábrica cuenta con el Fazioli Concert Hall, una sala de cámara en la que organizan conciertos o alquilan –cada vez más– para grabaciones discográficas. Mañana, por ejemplo, Omar Sosa presentará allí, en su segunda visita a Fazioli –«no hay palabras, es de verdad impresionante lo que hacen en ese sitio», sonríe–, su disco Calma, en un concierto organizado por la asociación Controtempo.

En Sacile, sin duda, está el paraíso de los pianos.