Mañana la sala BARTS acogerá una Voll-Damm Jazz Session muy especial dedicada a Chet Baker, protagonista del anuncio televisivo de este año del principal patrocinador del festival de jazz desde el 2002. Un anuncio basado en el documental de Bruce Weber Let's Get Lost, que mañana se proyectará en la sala del Paral·lel. Y tras la película, concierto: con Jordi Bonell, guitarrista que tocó con Chet Baker poco antes de morir, y dos jóvenes figuras de la escena barcelonesa, el contrabajista Pedro Campos y el trompetista Fèlix Rossy. Un trío que, por supuesto, rememora la última noche de Chet Baker en Barcelona, el 8 de marzo de 1988.
He aquí la historia de Bonell, Chet Baker y TheProject, la empresa organizadora del festival de jazz de Barcelona desde 1988, año de su fundación.
Compañía fundada por Tito Ramoneda y Joan Roselló, TheProject debutó como empresa con un concierto que acabó siendo histórico: Chet Baker Trio, con Chet a la trompeta, Philip Catherine a la guitarra y Marc Johnson al contrabajo. Primera sorpresa: el trompetista había decidido a última hora que no le apetecía viajar a Barcelona. Ramoneda, según ha contado él mismo en el libro que recoge la historia del festival hasta 2008 –firmado por Joan Anton Cararach, director artístico desde el 2003, y Guillem Vidal–, tuvo que llamar repetidas veces al hotel en Milán en el que se alojaba Baker (¡ah, qué tiempos sin internet!), convencer al conserje para que derribara la puerta de la habitación del músico si hiciera falta y, por fin, convencer a Baker de que si les fallaba eso no era precisamente el mejor augurio para la empresa recién nacida.
Aún no se sabe cómo, Baker aterrizó en Barcelona a tiempo para el concierto, programado en la antigua sala Zeleste de la calle de la Argenteria. Pero la pesadilla no había acabado: el guitarrista belga Philip Catherine, también de gira en Italia, había tenido problemas para coger su conexión y, si conseguía llegar a Barcelona, lo haría, seguro, tarde para el primer pase.
Aparece en escena entonces un joven guitarrista catalán, Jordi Bonell, que ya tenía incluso su entrada para el concierto de esa misma noche. Poco podía pensar que acabaría subiendo al escenario, y poco podía pensar que 26 años después protagonizaría una velada con la misma formación guitarra-trompeta-contrabajo, con él mismo a la guitarra y dos jóvenes que todavía no habían nacido cuando murió Chet completando el trío.
Éste es su testimonio.
Los grandes son indiscutibles
Por Carlos Ruffo
Hace 26 años, la sala Zeleste se vio envuelta en el inevitable swing de Chet Baker. El legendario trompetista de la quijada castigada por vivir a la intemperie protagonizaba una noche que reverbera hasta el día de hoy, en el Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, con la melancolía brillante de esa eterna trompeta. Como muchos pasajes en la vida de Baker, y en el jazz mismo, la imperfección abrió posibilidades a lo insospechado, a la improvisación que a menudo resulta mejor que cuando los planes se imponen. Un imprevisto destinaba al guitarrista local Jordi Bonell a tomar parte en aquel memorable concierto. Bonell, quien entonces no llegaba a los 30, ya contaba con el suficiente reconocimiento para ser requerido en la importante cita:
He aquí la historia de Bonell, Chet Baker y TheProject, la empresa organizadora del festival de jazz de Barcelona desde 1988, año de su fundación.
Compañía fundada por Tito Ramoneda y Joan Roselló, TheProject debutó como empresa con un concierto que acabó siendo histórico: Chet Baker Trio, con Chet a la trompeta, Philip Catherine a la guitarra y Marc Johnson al contrabajo. Primera sorpresa: el trompetista había decidido a última hora que no le apetecía viajar a Barcelona. Ramoneda, según ha contado él mismo en el libro que recoge la historia del festival hasta 2008 –firmado por Joan Anton Cararach, director artístico desde el 2003, y Guillem Vidal–, tuvo que llamar repetidas veces al hotel en Milán en el que se alojaba Baker (¡ah, qué tiempos sin internet!), convencer al conserje para que derribara la puerta de la habitación del músico si hiciera falta y, por fin, convencer a Baker de que si les fallaba eso no era precisamente el mejor augurio para la empresa recién nacida.
Aún no se sabe cómo, Baker aterrizó en Barcelona a tiempo para el concierto, programado en la antigua sala Zeleste de la calle de la Argenteria. Pero la pesadilla no había acabado: el guitarrista belga Philip Catherine, también de gira en Italia, había tenido problemas para coger su conexión y, si conseguía llegar a Barcelona, lo haría, seguro, tarde para el primer pase.
Aparece en escena entonces un joven guitarrista catalán, Jordi Bonell, que ya tenía incluso su entrada para el concierto de esa misma noche. Poco podía pensar que acabaría subiendo al escenario, y poco podía pensar que 26 años después protagonizaría una velada con la misma formación guitarra-trompeta-contrabajo, con él mismo a la guitarra y dos jóvenes que todavía no habían nacido cuando murió Chet completando el trío.
Éste es su testimonio.
Jordi Bonell
Los grandes son indiscutibles
Por Carlos Ruffo
Hace 26 años, la sala Zeleste se vio envuelta en el inevitable swing de Chet Baker. El legendario trompetista de la quijada castigada por vivir a la intemperie protagonizaba una noche que reverbera hasta el día de hoy, en el Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, con la melancolía brillante de esa eterna trompeta. Como muchos pasajes en la vida de Baker, y en el jazz mismo, la imperfección abrió posibilidades a lo insospechado, a la improvisación que a menudo resulta mejor que cuando los planes se imponen. Un imprevisto destinaba al guitarrista local Jordi Bonell a tomar parte en aquel memorable concierto. Bonell, quien entonces no llegaba a los 30, ya contaba con el suficiente reconocimiento para ser requerido en la importante cita:
«Yo ya iba a ir a ese concierto, ya tenía la entrada y todo; y como dos horas antes del concierto me llamó Tito Ramoneda y me explicó que Philip Catherine, que era el guitarrista que solía tocar con Chet en esa época, había perdido el avión y no podía llegar, y me pidió por favor que si podía tocar en el concierto, y así fue.» «Al principio –continúa Bonell– me asustó un poco, pero pensé que sólo había dos posibilidades: hacerlo o no hacerlo y lamentarlo. Tenía un poco de nervios, llegué ahí y al primero que me encontré fue al contrabajista, Marc Johnson, a quien le expliqué la situación y me dijo: ‘Tranquilo, yo tampoco conozco a Chet de nada’.»
«Chet llegó como 20 minutos antes de la actuación y me presenté. Él parecía que estaba como en otra galaxia , fumando un cigarrillo de marihuana…, y así subimos al escenario, sin saber lo que íbamos a tocar: él comenzaba los temas y nosotros íbamos detrás de él con la caña de pescar, como decimos aquí. Pero estuvo perfecto porque a Marc Johnson yo ya lo había visto con Bill Evans y era un músico extraordinario, capaz de tocar lo que sea.»
«A nivel musical fue una maravilla porque cuando el hombre subía al escenario era inapelable, todo lo que tocaba era precioso, sonaba bien y no había que esforzarse mucho para acompañarle; en el terreno personal, no tuvimos mucha oportunidad de compartir, porque ya estaba en sus últimos días y estaba un poco fuera del mundo real… No estaba en muy buenas condiciones físicas.» Aquella noche de 1988, el trío interpretó piezas emblemáticas del repertorio de Baker como My funny Valentine, In your own sweet way y Round' Midnight.
«Cuando me enteré de que murió pensé: ‘Lo maté yo tocando con él’ (risas). No sé…, di gracias a Dios por haber tenido la oportunidad de tocar con él antes de que se fuese, porque es uno de los grandes», recuerda Bonell con humor y nostalgia respecto al momento en que se enteró de la muerte de Baker, sólo dos meses después de haber compartido escenario con él. Sabiendo ya que la experiencia fue única e irrepetible, el guitarrista aprecia a cabalidad lo que ha significado en su carrera y en su vida el episodio con el gran Baker; lecciones que no se aprenden en ningún libro o clase, y puertas que no abren las llaves de la influencia, sino las de la verdad: «Me dieron una beca para ir a estudiar a Nueva York, y habiendo tocado con Chet Baker me fue mucho más fácil; ahí pude conocer a maestros como Jim Hall.» «Y también aprendí –prosigue– que nunca hay que decir que no ante la oportunidad de hacer algo bonito, aunque sea arriesgado, y que los grandes son indiscutibles: cuando suben al escenario es una garantía de que van a hacer arte.»
«Antes de que sucediera esto», concluye Bonell, «para mí ya era un artista al que siempre sentí muy cerca; yo me identifico mucho con este tipo de jazz, más melódico y no tan acrobático; yo tenía esta conexión desde antes y después de haber tocado con él se reforzó.»
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