14 de novembre, 2011

Gabriele Mirabassi, el poder de la música



Por Doan Manfugás Hung

Gabriele Mirabasi, clarinetista virtuoso, auténtico artesano del sonido y un artista generoso en sentido y sensibilidad, ofreció el pasado lunes 7 de noviembre una clase magistral en el Conservatori del Liceu, en el marco del festival de jazz y con el apoyo de la Fundación Damm. Mirabasi derrochó empatía (la clase, en italiano, no generó problemas de comprensión), sabiduría (explicó rincones ocultos de los avatares del músico) y maestría (teorizó y filosofó sobre el objetivo de la interpretación musical) en una clase acompañada por un público variado en edad y procedencia. La atención y curiosidad de los allí presentes permitió que durante casi dos horas se hablara en términos profundos y didácticos sobre el arte de tocar ese instrumento.

Un viaje hacia la belleza, según Mirabasi debe de ser el fin de todo músico, sea cual sea su especialidad. La clase comenzó con un tópico en el mundo del clarinete. Todo clarinetista está siempre obsesionado por el sonido y la búsqueda de esa perfección añorada no debe de ser su único objetivo, pues el sonido debe ser útil; si no, no sirve de nada. La perfección es subjetiva, y por lo tanto como tal no existe. Mirabassi demostró ejecutando distintos ejemplos con su clarinete  que el sonido apropiado para un estilo puede no ser bueno para otro. Es muy diferente el sonido para la música klezmer, el sonido para el jazz de Nueva Orleans, el sonido para la música clásica o para la balcánica. El sonido debe de ser bello, sí, y apoyarse en la técnica, también, pero lo más importante es buscar una proyección  hacia quien escucha no importa la distancia en que esté, con la misma intención, riqueza en armónicos, y cualidad aunque se esté tocando forte o piano. El sonido debe poder articular el pensamiento musical, la técnica es una utilidad en este proceso. A veces una técnica puede no parecer perfecta, pero sí ser la apropiada para un discurso diferente al de la tradición. Como por ejemplo pasa en el caso de Thelonious Monk. Según una mirada tradicional, la técnica de Monk sería incorrecta, pero es la más apropiada para su finalidad, el sonido y la expresión que él deseó.


El clarinete es para Mirabasi un instrumento de innegable ductilidad, por su fluidez, su largo rango de tesitura, su paleta de dinámicas musicales posibles. No en vano, dice, un compositor experimentado como Serguei Prokófiev, en su obra Pedro y el lobo, le asigna al clarinete representar al gato, ese animal elegante, sigiloso y sorprendente, casi humorístico. Y clarinete en mano se apresuró a demostrar el modo más sigiloso y discreto de comenzar una frase sin que nadie prácticamente pueda percatarse y de ahí hasta lo más estridente, y volver a un susurro imperceptible, todo eso, explicó jocosamente, sólo es posible con este instrumento.

Según Mirabasi, es humano querer compartir con los demás algo que nos gusta, pero el músico debe ser ético, consciente y nunca dejar que el público se vaya con la sensación de haber perdido tiempo de su vida oyendo algo anodino. La música es un arma muy poderosa que puede matar o dar vida, según él. Porque la música es el arte del tiempo. Y las pulsaciones del ritmo y las vibraciones del sonido son un vehículo, por lo tanto, de la verdad.

Siendo un músico de formación clásica, con años de experiencia en el universo de la vanguardia contemporánea, y de quien puede decirse que ha tocado todos los estilos de música popular, supo demostrar a través de su experiencia que lo más saludable para un músico es viajar y sumergirse sin prejuicios en otras culturas y tradiciones. Mirabassi considera que probablemente, si hubiera sido pianista o violinista, con el vasto repertorio compuesto por grandes compositores para estos instrumentos no hubiera sentido la necesidad de buscar fuera de los confines del repertorio clásico considerado para el clarinete. No hay dudas de que el clarinete carece de esa riqueza de repertorio, pero en el acervo cultural de muchas tradiciones musicales sí lo tiene; sobre todo, afirmó, en el continente sudamericano hay una enorme fuente de donde beber a raudales.

Al final, gracias a un trío improvisado con dos participantes y el propio Mirabassi, sonaron dos piezas del grandioso Pixinginha, compositor brasileño de choros, uno de los pilares del repertorio del clarinetista. Gabriele Mirabassi, con su sonido puro y divino, prepara al oyente para un viaje al infinito.