13 de novembre, 2008

Gary Giddins, Bird vive también en España

Por Paulina Fariza *


Al editar un libro a través de un agente, que además tiene un subagente en España, no llegas a hacer un contacto directo con el autor de un libro, a no ser que cuando estás revisando la traducción o en la producción surja algún tipo de dificultad que lo requiera. No era el caso de Bird, el triunfo de Charlie Parker. En Alba teníamos un material fotográfico de primera que nos había proporcionado George Borchardt, su agente norteamericano, a través de la agencia Carmen Balcells, y ya habíamos decidido cambiar el formato original por uno algo menor; por lo tanto no había habido ocasión de contactar directamente con Gary Giddins, el archipremiado crítico musical que entrevistó a todos aquellos que conocieron a Bird, que fueron muchos, durante sus años de formación, éxito y sus últimos días.

Después de sortear el cambio de clase del Institut D'Estudis Nord-americans –Guillem Iglesias, director y nuestro anfitrión de lujo allí, me había advertido de la carrera de obstáculos que significa llegar al ascensor cuando dan las siete de la tarde–, llegué a la sala de actos con Mini Roca, nuestra jefa de prensa (una auténtica malabarista en la coordinación editorial), y ya Joan Anton Cararach, el artífice de la visita de Giddins a Barcelona en el marco del festival de jazz, junto a Elena Pujol, en representación del consulado americano, estaban dando la bienvenida a Giddins.

Hi, todo sonrisas, el autor me cuenta cuánto le gusta la edición y, rápidamente, me sugiere que publique algún otro de sus libros, concretamente Satchmo, que ya tengo en estudio. También dice estar encantado de la invitación ya que todos los colegas que conoce y nos han visitado otros años, Ashley Kahn –autor de Miles Davis y Kind of Blue, de A Love Supreme y John Coltrane (publicadas en Alba) y El sello que Coltrane impulsó (de Global Rhythm Press)– y Bill Milkovski –autor de Jaco Pastorius (Alba)– le han dicho lo bien que se lo pasaron en Barcelona y lo bien que se come. La broma fácil resulta una tentación: “Parece que se está convirtiendo en signo de distinción para la crítica norteamericana ser invitado al festival de jazz de Barcelona”. Reímos un poco tensos porque no nos conocemos mucho o tal vez sea por la diferencia horaria a la que Giddins se está adaptando o, seguramente, por la conferencia que se dispone a impartir, ya que todos los asistentes se pelean con su aparato de traducción simultánea. Los que formamos parte de la organización acabamos con nuestras frases de bienvenida para sentarnos a escuchar.

Bird era una auténtica leyenda cuando Giddins empezó a investigar sobre el saxofonista y pronto descubrió que aunque corrían muchos bulos acerca del músico, muy pocas personas habían seguido la pista de su verdadera vida. Para sorpresa del autor, nadie había hablado con su primera mujer, Rebeca Parker Davis, y puesto que se mostró tan colaboradora y dispuesta a compartir fotografías, documentación y recuerdos, la labor de Giddins se simplificó en seguida. Sin embargo, al tratar de recabar más fuentes, se dio cuenta de que tenía que elegir entre hablar con Rebeca o con Chan Richardson porque ambas estaban litigando –algo que se prolongó años– y no tuvo más remedio que optar por una de las dos. Cualquier biógrafo hubiera tenido que hacer lo mismo. Rebeca fue la elección de Gary y a través de ella pudo saber de las primeras vivencias e intereses musicales de Bird, más allá de la música de Stravinsky y de la ya documentada influencia de Lester Young y Buster Smith. Según recordaba Rebeca, Parker era un gran aficionado al cine y las bandas sonoras de la época le intrigaban y le inspiraban, escuchaba atentamente esas composiciones que simplemente acompañaban los tiroteos de las películas del oeste y entresacaba más tarde frases similares en sus solos, también escuchaba mucha música popular en la radio. Apuntalando la explicación con algún fragmento de Parker, Giddins nos lleva a los primeros sonidos genuinamente personales de su saxo.

Más curiosidades; de la biografía de Bird resultaba sorprendente al análisis las, al menos, tres vidas paralelas que llevaba: la de barrio en una parte tranquila de Greenwich Village, en la que sus vecinos lo ignoraban absolutamente todo de su vida de músico legendario e idolatrado; la vida de adicto que le llevaba a satisfacer su necesidad de heroína y a visitar lugares que sus vecinos nunca hubieran sospechado; y la de músico y creador artístico propiamente. En definitiva, una vida fragmentada que le acompañó hasta el final de su andadura.

¿Qué decir de su muerte? Apenas nada que se pueda contrastar. Ningún dato de los que Giddins investigó le llevan a poder probar que tal vez muriera en el apartamento de la baronesa Pannonica –valedora de músicos de jazz como Monk, entre otros–, quien parece que estuvo junto al saxofonista cuando éste murió. Sin embargo, su certificado de defunción data de tres días más tarde a la que se cree fue su muerte real y, por otra parte, por mucho que el autor luchó nunca tuvo acceso al documento. Un misterio que la baronesa, que nunca respondió a las llamadas de Giddins, no ha aclarado jamás.

Los asistentes escuchamos fragmentos de las primeras interpretaciones de Parker junto a un inexperto Davis que no daba el nivel técnico que Bird le exigía, otros fragmentos en los que Parker no tenía una buena noche y otros, emocionantísimos, de conocidos estándares en los que la melodía apenas se intuye: Parker tocando on top of the harmony, al filo de la armonía, por traducirlo de la forma más aproximada que se me ocurre.

Lo cierto es que su disertación fue el punto de partida para que los aficionados preguntaran más sobre ese italiano, llamado Dino Benedetti, que se dedicó a seguir a Parker de concierto en concierto y a grabar todos sus solos en kilómetros y kilómetros de cintas de casetes que hoy aún se conservan, sobre su adicción, sus colaboradores y también en torno a sus anécdotas personales a la hora de redactar la biografía. Todos aquellos que Giddins entrevisto, le aseguraron que era cierto que Parker "siempre andaba mal de dinero, por eso –confesaban en tono confidencial– puedo presumir de ser la única persona a la que Bird ha pagado una copa”. Y puesto que son legión los orgullosos privilegiados, es fácil concluir que la leyenda de Bird sigue conviviendo con la personalidad de quien en realidad fue.


* Paulina Fariza es editora de Alba